Millones de brasileños en apuros para llegar a fin de mes
Tras el estallido de la pandemia de covid-19, Guilherme Nogueira, de 28 años, tuvo que arreglárselas como pudo para ganarse el sustento para él y su hijo. Hoy vende mochilas sobre una lona en la acera de una concurrida vía del centro de Río de Janeiro. Después de 2020, no consiguió encontrar un empleo formal.
"Las ventas van bien algunos días, otros no tanto. Llego a vender unas cinco u ocho mochilas a veces, pero otros días no más de dos. No es fácil. Los guardias siempre vienen a [confiscar] las mochilas", lamenta.
La pérdida de su empleo también le implicó en una situación que afecta ya a 66 millones de brasileños, según datos de asociación de comerciantes CNDL: cada vez hay más jóvenes que no consiguen eludir el endeudamiento.
Sin una fuente estable de ingresos, Nogueira no puede pagar las deudas de sus tarjetas de crédito. "No podía pagar al banco. Me dieron una tarjeta de crédito y no tenía dinero para pagar. Tengo deudas de tarjetas de crédito de dos bancos", dice. "No tengo ningún plan para saldarlas. Lo veo difícil".
Se calcula que cuatro de cada diez adultos brasileños tienen que hacer frente a facturas atrasadas.
El número de deudas pendientes en abril de este año aumentó un 18,42% respecto al mismo periodo del año anterior. Las deudas con los bancos son el principal motivo de impago: el 63,8% del total.
Al igual que Nogueira, los brasileños morosos deben dinero a dos instituciones como media. Casi la mitad de los brasileños en el mismo grupo de edad del vendedor ambulante (25-29 años) son morosos.
Pero el problema no se limita a los jóvenes, ni los bancos son la única fuente de deudas difíciles de pagar. José Raimundo, de 67 años, también es autónomo y trabaja desde hace años como limpiabotas a pocos metros de donde Nogueira vende sus mochilas.
La tercera edad
Al igual que su compañero vendedor, Raimundo se vio muy afectado por la pandemia. Aún no puede cobrar la jubilación, pero ha solicitado incorporarse a un programa de asistencia social para ancianos, cuya aprobación aún está pendiente. Raimundo perdió gran parte de su clientela con la llegada de la pandemia.
"La pandemia me obligó a quedarme en casa durante casi dos años. Luego, enfermé y no pude hacer nada. Estuve tres años y pico sin trabajar, lo que hizo retrasar todo. Mi mujer sola nos cubría el agua, la electricidad y las facturas de teléfono. El agua era lo último. En cuanto llegue el dinero de la asistencia social, hablaré con la compañía de servicios e intentaré pagar a plazos. No quiero deberle nada a nadie. No soy un mal pagador", dice el limpiabotas, que acaba de reanudar su oficio.
En Brasil, tres de cada cuatro ancianos de entre 65 y 84 años son morosos. El agua y la electricidad acaparan el 11,1% de los impagos, no muy lejos del comercio, que supone el 11,6% de las deudas impagadas.
Quienes tienen empleos formales tampoco se salvan. Alessandro Gonçalves tiene 30 años y trabaja como portero en un edificio de oficinas del centro de Río.
Cada mes, tiene que hacer malabarismos para asegurarse de que su dinero cubre sus necesidades diarias, lo que a menudo incluye retrasar el pago de algunas facturas de servicios públicos. "La lucha es rutinaria; uno tiene facturas que pagar, pero no puede. Cuando acaba el mes llega el dinero para pagar la factura y no consigue", explica.
Ingresos menguantes
Según Merula Borges, especialista financiera del CNDL, la disminución de los ingresos es uno de los principales factores que llevan a los brasileños a la morosidad.
"En la encuesta, cuando se preguntó a las personas a qué se debía su impago, respondieron que habían perdido sus ingresos", explica Merula. "Es comprensible. Cuando bajan los ingresos, los artículos de primera necesidad tienden a ocupar más espacio en el presupuesto familiar y las personas están menos preparadas para hacer frente a cualquier imprevisto."
Borges considera necesarias políticas públicas que ayuden a los brasileños a superar esa situación.
El gobierno está ideando un programa para que 37 millones de ciudadanos puedan renegociar deudas que ascienden a US$ 50.000 millones.