En los 458 años de Río, la historia indígena resiste al tiempo
El 1 de marzo de 1565, el capitán portugués Estácio de Sá fundó la ciudad de São Sebastião do Rio de Janeiro a los pies del cerro Pan de Azúcar, que en aquella época no era más que una base militar para garantizar la posesión del territorio.
Había la competencia de los franceses, que ocupaban zonas de la bahía de Guanabara desde 1555, y de diferentes pueblos indígenas, que habitaban la región desde hacía cuatro mil años. Los conflictos entre los grupos terminaron en la Batalla de Uruçumirim, en 1567: la alianza de los portugueses y temiminós derrotó a los franceses y tamoios (o tupinambás).
Tras 458 años desde la fundación de Río, los recuerdos de la victoria y la ocupación portuguesa destacan en el paisaje urbano carioca. Sin embargo, la participación de los pueblos indígenas, a pesar de que fueron protagonistas en estos acontecimientos y en el desarrollo de la región, es prácticamente invisible.
La iglesia de São Sebastião, en el barrio de Tijuca, reúne los principales símbolos portugueses de aquella época. Hay una piedra rectangular con un dibujo del escudo del país. Se cree que es la marca colocada en la tierra por el grupo de Estácio de Sá cuando se fundó la ciudad. En la iglesia también hay su lápida (construida en 1583) y sus restos mortales.
Además de estos vestigios históricos, un monumento ayuda a perpetuar la fama del portugués en el Aterro do Flamengo. Una pirámide de piedra, diseñada por el arquitecto Lucio Costa, fue inaugurada en 1973 como Monumento a Estácio de Sá. En el sótano hay un centro de visitantes con una réplica de la lápida y material informativo sobre el homenajeado.
Vestigios indígenas
La mayoría de los vestigios indígenas fueron destruidos durante la colonización portuguesa. Y hoy no existe ningún monumento equivalente al de Estácio de Sá que mencione el legado de estos pueblos en la construcción y formación del territorio que se convirtió en Río de Janeiro.
Hay una estatua de Araribóia, líder de los temiminós y colaborador de los portugueses, al otro lado de la bahía, en la ciudad de Niterói. En Río, el nombre de Aymberê, por ejemplo, quien lideró la resistencia de los tamoios, es muy poco conocido. La estatua de Curumim, en la laguna Rodrigo de Freitas, es la única referencia a la presencia precolonial de los tamoios (sin ningún tipo de placa informativa). Aun así, se trata de un hito genérico, ya que hace referencia a una palabra tupí que significa niño o muchacho. Incluso el nombre de la laguna es un importante símbolo de borrado: mientras que los habitantes nativos la llamaban Sacopã, Piraguá o Sacopenapã, el nombre que persiste hasta hoy es el de un capitán del ejército portugués, Rodrigo de Freitas.
En el siglo XVI, cuando los europeos llegaron a la región, cronistas franceses estimaban que había entre 30 y 40 aldeas alrededor de la bahía de Guanabara, con poblaciones que oscilaban entre los 500 y los 3 mil habitantes por aldea. La colonización portuguesa avanzó sobre los territorios y causó la muerte de indígenas por conflictos armados y enfermedades. Muchos de los que sobrevivieron fueron utilizados como mano de obra forzada para abrir carreteras, construir molinos, fuertes y estructuras que hoy son atracciones turísticas de Río de Janeiro. Es el caso del Paseo Público, el Paço Imperial y los Arcos de Lapa. Pero esta participación, aunque se hizo bajo coacción y violencia, está olvidada.
Para la historiadora Ana Paula da Silva, un punto emblemático es el Outeiro da Glória, donde hoy se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de la Gloria. Antiguamente llamada Uruçumirim, la colina fue el lugar de la mencionada victoria de Portugal en 1567. La estructura católica se construyó sobre lo que fue una aldea tupinambá, llamada Kariók o Karióg, que en lengua tupí significaba "casa del indio carijó". El nombre puede haber dado origen al gentilicio carioca, como se llama a los nacidos en la ciudad de Río de Janeiro. La permanencia del nombre hoy es un símbolo de la resistencia indígena a las acciones de borrado y silenciamiento a lo largo del tiempo. Aunque la materialidad de estos pueblos sea escasa, se mantiene fuerte a través de su herencia inmaterial.